Decidí escribir estas líneas improvisadas a partir de un
sentimiento que me desborda en los últimos meses. Muy a menudo me encuentro con
gente que cree que estoy loca cuando les digo que me muevo en bicicleta por la
ciudad. Me sucede que llego en bici al supermercado, voy a comprar ropa o
zapatos a un local del centro, salgo de noche a bailar o a cenar a un
restaurante, hago trámites en el banco o voy al médico, todo arriba de la
bicicleta, y escucho comentarios como: “qué atrevida sos”, “qué
locura andar en bici en esta ciudad”, “¿no tenés miedo?”, “qué fanática”.
Aunque también hay otro grupo minoritario que alienta y sonríe cuando me ve
pedalear, porque en la ciudad, algunos ya nos conocemos por transitar caminos y
rutas similares todos los días.
También ocurre que muchos piensan que ando en bicicleta
porque no tengo dinero para comprar una moto o un auto. Mis propios padres y
hermanos también suelen aconsejarme: “¿por qué no te compras un auto con tus
ahorros?”. Me tratan como una rebelde, porque como gran parte de la sociedad,
piensan que adquirir un automóvil es sinónimo de progreso económico y social.
Incluso, algunas amigas, al principio, no entendían por qué me transportaba en
bicicleta, lo tomaban en broma o se reían al verme llegar a una cena o una
fiesta. Pero creo que con el tiempo (y mucha paciencia), están entiendo que la bici es
MI medio de transporte, aunque todavía no logro convencerlas que también la
utilicen.
Volviendo a la idea anterior. Este escrito también
surgió a partir de una frase que leí en un afiche:
“el sistema económico no promueve la bici porque las bicis pueden cambiar el
sistema económico”. Coincido totalmente con ese concepto y muchas veces me
siento “víctima” de ese sistema que reivindica un mandato social que se
transmite de generación en generación. Ese mandato asegura que para ser una
mujer o un varón de bien o pertenecer a un elevado estatus social (“gente como uno”) se deben
cumplir los siguientes pasos: nacer, ir a la escuela, luego a la universidad,
conseguir un buen trabajo, ganar dinero, comprar un auto o una moto, casarse,
tener hijos, cambiar de modelo de automóvil cuantas veces tu bolsillo lo
permita y morir. Teniendo en cuenta este mandato, ya me quedé a mitad de camino por pensar y sentir distinto.
Optar por la bici como medio de transporte ya se convirtió en mi estilo de vida, va más allá de defender su uso. Me encantaría que en un tiempo no muy lejano, elegir a la
bicicleta como medio de transporte deje de ser algo raro en mi ciudad, que los/as
ciudadanos/as comiencen a considerarla como un vehículo más en el
tránsito cotidiano, que las políticas públicas se orienten a estimular su uso,
que mi ciudad sea para las personas y no para los autos, que rompamos con los
prejuicios y los estereotipos que nos impiden vivir una vida libre, respetuosa y feliz. Por lo pronto, sigo pedaleando, soñando.
fotos: laucha alterach/ anavi